LÉELO N'ASTURIANU
La fascinación de los músicos japoneses por las músicas del mundo -alguna de ellas de un carácter tan local y endogámico como el flamenco- y su habilidad portentosa para la ejecución, son hechos conocidos y que han dado pie a todo tipo de reacciones y comentarios, desde la contemplación ojiplática en youtube de jóvenes ejecutantes nipones, hasta la parodia y el chiste fácil.
Repasando la historia musical de los últimos años en Japón, pueden encontrarse en ella solistas y bandas de todos los estilos que han sabido absorber y replicar de manera sorprendente lo mejor de la música occidental del último siglo, desde los pioneros grupos de rockabilly surgidos en los ’50 a la sombra de la moda norteamericana, hasta los más vanguardistas ejemplos de música electrónica, pasando por los estilos más representativos de cada década: el beat, el rock progresivo, la música disco, la new wave, o incluso el reggae.
Y con la música celta, y aunque nos resulte un poco chocante, no podrían ser menos. Además de tener algunas discográficas especializadas, en Tokio se celebra anualmente un conocido festival celta que incluye, además de música y danza, exposiciones de arte y artesanía, seminarios y talleres. Existe también una organización llamada CCE Japón, que ofrece cursos sobre la mayoría de los instrumentos irlandeses, y un consolidado circuito de pubs irlandeses, en los que es posible escuchar esta música en directo.
Con estos antecedentes no resulta entonces tan raro escuchar los sonidos del arco atlántico de manos de una banda del país del sol naciente. El cuarteto ‘Harmónica Creams’ está integrado por Yoshito Kiyono, armónica; Aiko Obuchi, violín irlandés; Koji Nagao, guitarra; y Toshi Bodhran, bodhran. Es una banda muy joven, formada en el año 2009, y ante la que se abre una imparable y fructífera carrera, tanto por la originalidad y singularidad de sus composiciones, como por su presencia en el escenario, llena de fuerza, elegancia y energía.
La banda resultó ganadora del Proyecto Runas el pasado año, un concurso destinado a la promoción de grupos de folk emergentes que desde el 2000 se celebra en el marco del Festival de Ortigueira. Dicho premio les aseguraba un hueco en la programación 2013 del afamadísimo festival gallego, donde tocaron el día 12 de julio, compartiendo el escenario con -entre otros- los míticos Gwendal, un verdadero sueño para ellos. Han tocado también en otros puntos de Galicia, Portugal y Asturias. En 2011 publicaron el álbum ‘Analyse de toucher’, cuyos temas presentaron en nuestra sede.
Hacen un folk celta nada ortodoxo -a pesar de que las influencias son palpables y tocaron varios temas tradicionales irlandeses con absoluto rigor-, pero su estilo va más allá, la presencia de la armónica le aporta esos matices que lo acercan al folk americano y el blues, y por otro lado, se aprecia también el peso de su propia música tradicional, que introducen en las composiciones.
El concierto empezó con un recuerdo para quienes perdieron la vida en el triste accidente de tren en Santiago de Compostela, y especialmente para el gaitero Santi Barral, quien durante varios años vivió y trabajó en Oviedo en los chigres más folkies de la ciudad, y al que se dedicó el concierto. Con el exquisito ‘Garage de Rome’ abrieron la noche, ante un público ya numeroso que esperaba con curiosidad y expectación, y que rápidamente se dejó seducir por el magnetismo de la banda. Dos medio tiempos, ‘Kazetowatashi’ y ‘Halcyon’ animaron ya al personal a mover los pies. El repertorio, dividido en dos pases, estuvo integrado básicamente por composiciones propias, salpicados por temas irlandeses muy conocidos, como ‘Abbey Reel’, ‘Ships are saling’ o ‘Turf Lodge’, inspirado en el famoso barrio de Belfast.
Un cuarteto muy bien compensado, en el que la armónica llevaba la voz cantante, pero el virtuosismo venía de la mano de la violinista Koji Nagao, que con una facilidad sorprendente pasaba del folk al blues y al country, con sutiles toques jazzeros a lo Jean Luc Ponty. Una verdadera máquina de ejecución del instrumento, con un exquisito gusto y un interesante estilo improvisativo. Por su parte, el ritmo venía dado por guitarra acústica muy correcta y animosa, siempre en su papel, y un percusionista más que acertado, que se fue creciendo a lo largo de la noche, reforzando su labor con el bodrham con el toque de platos y una cortina de barras que incrementaba el punto oriental de los temas en ciertos momentos. El protagonismo de la armónica fue indiscutible, enlazando melodía y largos solos que desde luego no tenían el toque lastimero y desgarrado del afilado aullido del delta, pero que transmitían otras emociones, desde mi punto de vista más cercanas al espíritu oriental: ingravidez, equilibrio, delicadeza y serenidad, aunque también hubo momentos de caña.
Con una sonrisa de oreja a oreja y un amistoso lenguaje corporal, Yoshito se esmeraba -como en una ‘Lost in translation’ al otro lado del espejo- en presentar los temas y comunicarse con un público que apenas le entendía, pero que respondía activamente a su discurso, más por las ganas y el buen rollo que por el propio mensaje, que mitad en inglés, mitad en un precario español, terminaba siendo un galimatías.
En el segundo pase, Yoshito y la violinista Aiko unieron sus voces en el emotivo ‘Requiem 11’, una balada de dulce melodía, que en su día fue compuesta para los fallecidos en el terremoto de Japón, a partir del cual, el ritmo de los temas y de la ejecución fue subiendo en intensidad y ritmo, al igual que la respuesta del público, que ya abarrotaba la sala, bailaba y acompañaba los temas con palmas. Acabaron con dos temas de lo más animado, ‘Chevere’ y ‘Matrix’, después de casi dos horas de concierto ante un público agradecido pero que hubiera seguido con ellos todavía un buen rato, pues la música en ningún momento llegó a cansar ni resultar repetitiva a pesar de su marcado estilo.
Desde luego, una experiencia muy sorprendente la vivida en Valles con los ‘Harmonica Cream’, que demuestra una vez más que la música es un lenguaje universal y que el feeling traspasa las barreras idiomáticas y culturales, creando momentos únicos e inolvidables. Enhorabuena otra vez a la asociación Bocanegra su acierto permitiéndonos disfrutar de esta maravillosa banda, y por la magia compartida el pasado sábado.
Conchi Gálvez
LÉELO N'ASTURIANU
La fascinación de los músicos japoneses por las músicas del mundo -alguna de ellas de un carácter tan local y endogámico como el flamenco- y su habilidad portentosa para la ejecución, son hechos conocidos y que han dado pie a todo tipo de reacciones y comentarios, desde la contemplación ojiplática en youtube de jóvenes ejecutantes nipones, hasta la parodia y el chiste fácil.
Repasando la historia musical de los últimos años en Japón, pueden encontrarse en ella solistas y bandas de todos los estilos que han sabido absorber y replicar de manera sorprendente lo mejor de la música occidental del último siglo, desde los pioneros grupos de rockabilly surgidos en los ’50 a la sombra de la moda norteamericana, hasta los más vanguardistas ejemplos de música electrónica, pasando por los estilos más representativos de cada década: el beat, el rock progresivo, la música disco, la new wave, o incluso el reggae.
Y con la música celta, y aunque nos resulte un poco chocante, no podrían ser menos. Además de tener algunas discográficas especializadas, en Tokio se celebra anualmente un conocido festival celta que incluye, además de música y danza, exposiciones de arte y artesanía, seminarios y talleres. Existe también una organización llamada CCE Japón, que ofrece cursos sobre la mayoría de los instrumentos irlandeses, y un consolidado circuito de pubs irlandeses, en los que es posible escuchar esta música en directo.
Con estos antecedentes no resulta entonces tan raro escuchar los sonidos del arco atlántico de manos de una banda del país del sol naciente. El cuarteto ‘Harmónica Creams’ está integrado por Yoshito Kiyono, armónica; Aiko Obuchi, violín irlandés; Koji Nagao, guitarra; y Toshi Bodhran, bodhran. Es una banda muy joven, formada en el año 2009, y ante la que se abre una imparable y fructífera carrera, tanto por la originalidad y singularidad de sus composiciones, como por su presencia en el escenario, llena de fuerza, elegancia y energía.
La banda resultó ganadora del Proyecto Runas el pasado año, un concurso destinado a la promoción de grupos de folk emergentes que desde el 2000 se celebra en el marco del Festival de Ortigueira. Dicho premio les aseguraba un hueco en la programación 2013 del afamadísimo festival gallego, donde tocaron el día 12 de julio, compartiendo el escenario con -entre otros- los míticos Gwendal, un verdadero sueño para ellos. Han tocado también en otros puntos de Galicia, Portugal y Asturias. En 2011 publicaron el álbum ‘Analyse de toucher’, cuyos temas presentaron en nuestra sede.
Hacen un folk celta nada ortodoxo -a pesar de que las influencias son palpables y tocaron varios temas tradicionales irlandeses con absoluto rigor-, pero su estilo va más allá, la presencia de la armónica le aporta esos matices que lo acercan al folk americano y el blues, y por otro lado, se aprecia también el peso de su propia música tradicional, que introducen en las composiciones.
El concierto empezó con un recuerdo para quienes perdieron la vida en el triste accidente de tren en Santiago de Compostela, y especialmente para el gaitero Santi Barral, quien durante varios años vivió y trabajó en Oviedo en los chigres más folkies de la ciudad, y al que se dedicó el concierto. Con el exquisito ‘Garage de Rome’ abrieron la noche, ante un público ya numeroso que esperaba con curiosidad y expectación, y que rápidamente se dejó seducir por el magnetismo de la banda. Dos medio tiempos, ‘Kazetowatashi’ y ‘Halcyon’ animaron ya al personal a mover los pies. El repertorio, dividido en dos pases, estuvo integrado básicamente por composiciones propias, salpicados por temas irlandeses muy conocidos, como ‘Abbey Reel’, ‘Ships are saling’ o ‘Turf Lodge’, inspirado en el famoso barrio de Belfast.
Un cuarteto muy bien compensado, en el que la armónica llevaba la voz cantante, pero el virtuosismo venía de la mano de la violinista Koji Nagao, que con una facilidad sorprendente pasaba del folk al blues y al country, con sutiles toques jazzeros a lo Jean Luc Ponty. Una verdadera máquina de ejecución del instrumento, con un exquisito gusto y un interesante estilo improvisativo. Por su parte, el ritmo venía dado por guitarra acústica muy correcta y animosa, siempre en su papel, y un percusionista más que acertado, que se fue creciendo a lo largo de la noche, reforzando su labor con el bodrham con el toque de platos y una cortina de barras que incrementaba el punto oriental de los temas en ciertos momentos. El protagonismo de la armónica fue indiscutible, enlazando melodía y largos solos que desde luego no tenían el toque lastimero y desgarrado del afilado aullido del delta, pero que transmitían otras emociones, desde mi punto de vista más cercanas al espíritu oriental: ingravidez, equilibrio, delicadeza y serenidad, aunque también hubo momentos de caña.
Con una sonrisa de oreja a oreja y un amistoso lenguaje corporal, Yoshito se esmeraba -como en una ‘Lost in translation’ al otro lado del espejo- en presentar los temas y comunicarse con un público que apenas le entendía, pero que respondía activamente a su discurso, más por las ganas y el buen rollo que por el propio mensaje, que mitad en inglés, mitad en un precario español, terminaba siendo un galimatías.
En el segundo pase, Yoshito y la violinista Aiko unieron sus voces en el emotivo ‘Requiem 11’, una balada de dulce melodía, que en su día fue compuesta para los fallecidos en el terremoto de Japón, a partir del cual, el ritmo de los temas y de la ejecución fue subiendo en intensidad y ritmo, al igual que la respuesta del público, que ya abarrotaba la sala, bailaba y acompañaba los temas con palmas. Acabaron con dos temas de lo más animado, ‘Chevere’ y ‘Matrix’, después de casi dos horas de concierto ante un público agradecido pero que hubiera seguido con ellos todavía un buen rato, pues la música en ningún momento llegó a cansar ni resultar repetitiva a pesar de su marcado estilo.
Desde luego, una experiencia muy sorprendente la vivida en Valles con los ‘Harmonica Cream’, que demuestra una vez más que la música es un lenguaje universal y que el feeling traspasa las barreras idiomáticas y culturales, creando momentos únicos e inolvidables. Enhorabuena otra vez a la asociación Bocanegra su acierto permitiéndonos disfrutar de esta maravillosa banda, y por la magia compartida el pasado sábado.
Conchi Gálvez
LÉELO N'ASTURIANU
HARMONICA CREAMS 27-07-2013 Fotos: Nacho Sariego |
0 comentarios:
Publicar un comentario