Lo de Main Squezee en Valles fue
más que un concierto, generó una efervescencia, una energía y un amor
desorbitado entre los que estábamos allí presentes que tardó horas en
disiparse. Muchas son las bandas que pasan por nuestro escenario, muchos los
estilos elegidos, la veteranía o bisoñez de los artistas, sus repertorios
inéditos, las versiones, su puesta en escena... la pluralidad y diversidad de
las propuestas es muy considerable. Entonces ¿qué es lo que hace que hace que
un día cualquiera uno de esos conciertos resulte tan especial, tan mágico? A lo largo de los 90 minutos que dura un
concierto las sensaciones son infinitas, a veces empiezas con ganas y emoción y
vas perdiendo interés; a veces el subidón va creciendo de menos a más; a veces
no eres capaz de meterte en el directo ni un momento y estás pensando en el
email preocupante que recibiste ayer en la oficina o en las tareas que te
quitarás de delante si mañana madrugas un poco (por lo menos a mí me pasa). Sin
embargo, otras veces la conexión se establece desde el principio, se
intensifica a lo largo del concierto y acaba en delirio puro. Tiene que crearse
ese enlace entre artista y público, ese algo que se percibe y que no se razona,
esa conexión a través de la cual las emociones del músico son percibidas por el
que escucha, que las amplifica, de tal manera que todo se retroalimenta y el
espacio y el tiempo se confunden y todo arde.
Main Squezee son una banda joven
pero experimentada. Durante meses estuvimos viendo videos suyos en YouTube y la
mayoría eran muy buenas versiones de grandes bandas de época de la psicodelia y
el rock progresivo. Sin embargo, nos sorprendió el repertorio que presentaron
en Valles, prácticamente original, con apenas un par de covers. Su oferta
musical es moderna, muy al estilo de los jóvenes treintañeros que mezclan
estilos sin problemas, el soul más clásico con la electrónica, el hip hop con
el funk o el rock más guitarrero. En este caso los temas tenían la fuerza y el
ritmo de la música negra, que el vocalista Corey Frye sabía defender con voz
aguda pero palpitante, llena de matices, intensa y penetrante, unidos a unas
bases y arreglos rockeros. A su alrededor, una banda genial y
supercompenetrada, en la que todo iba sonando a la perfección. Destacaba entre
ellos el guitarrista Max Newman, tanto por la abundancia y duración de sus
solos como por la genialidad que demostró en la mayoría de sus intervenciones,
combinando energía, buena técnica y mucho gusto en la improvisación. Solos
interminables, espesos, progresivones, de esos que te ponen la cabeza en los
confines del sistema solar. Estaba además un teclista que se marcó solos muy
locos también y una base rítmica más ortodoxa de batería y bajo, este último
con un groove jazzero muy interesante. Temas largos, bien concebidos y puestos
en el directo, codas interminables y sofisticadas, envolventes, hipnotizantes,
y todo con mucha energía.
La banda nos conquistó, nos hizo
suyos y nos dejó con ganas de más. Tanto la elección de los temas, como el
sonido y la comunicación y la simpatía que mostraron con el público les
hicieron quedar muy arriba, y hacernos pasar un rato más que fantástico.
Bailamos, sudamos, nos emocionamos y acabamos muy de subidón. Recuerdo que los
comentarios eufóricos eran unánimes al acabar el concierto. Recuerdo también que
un amigo me comentó que había disfrutado muchísimo este concierto, lo había
vivido y se había emocionado como hacía muchos años no le pasaba, como cuando
iba a conciertos veinte años atrás. Y eso que es músico y está todo el día
entre ellos..…no se, la sensación de felicidad era generalizada, algo nos
dieron estos chavales que nos sentó muy bien. Ojalá vengan otros a darnos más
de lo mismo más pronto que tarde. Nos vemos en Valles..
Conchi Gálvez
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